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Saudade

Saudade

El tiempo parecía detenerse aquellas tardes del recién estrenado verano que anunciaba el final de la aventura. A sus pies, un entramado de empedradas callejuelas bañadas por una hermosa luz, en la colina de enfrente se alzaba el imponente castillo. Sentadas en la escalinata, entre calada y calada, dejaban el humo y la mente volar. Imaginaban e inventaban el futuro que les esperaba a partir de ahora, lejos de allí, cuando se acabara la magia.

Cuando dejaran atrás todos esos meses llenos de descubrimientos, de caras, de voces, de manos, de almas nuevas, de noches de música en miradores en los que desembocaba el mar, de subidas y bajadas por infinitas cuestas por las que aprendieron a caminar, de viajes en tranvías que transportaban a épocas lejanas, de ecos de cánticos melancólicos al doblar las esquinas, de ropa tendida en los balcones a merced del viento, de azulejos resquebrajados en edificios decadentes, de olor a pan recién hecho al llegar a casa de madrugada, de sabor a sal en la piel los días de playa, de flores de jacarandá, de canciones improvisadas al son de una vieja guitarra en un bar clandestino, de muchas historias guardadas en la memoria y en el corazón, de calles abarrotadas de gente y de risas, de brindis al sol y a la luna con desconocidos que se convertían en familia, de encuentros, reencuentros y despedidas, de miedos, sueños y anhelos compartidos, de felicidad absoluta.

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